Tres años después, el 21 de Abril, el Papa Clemente VI, concedía el permiso para levantar la Cartuja de Vall de Christ, y el 8 de junio de 1385 tomaban posesión de la misma los primeros cartujos. Al año siguiente comenzaban las obras de la construcción del claustro primitivo y de la iglesia de San Martín, en honor de su principal precursor. La fundación de la Cartuja de Vall de Christ fue ordenada por el rey de Aragón Pedro IV El Ceremonioso a petición de su hijo el infante Don Martín y su nuera María de Luna, condesa de Segorbe. Se denominó así por su parecido al valle de Josafat, aparecido en los sueños del Infante Martín el Humano como lugar ideal donde debería fundar un monasterio cartujo. El Infante vigilaba de cerca el progreso de la Cartuja en tierras de su señora. Nosotras y el pequeño Martín disfrutábamos pasando las horas meditando y leyendo El Cristiano, de Fray Francesc, por aquel lugar santo. Remanso de paz regado por el poderoso y relajante olor del campo de lilas; el Valle de Cristo se encontraba en nuestro pequeño reino.
Durante aquellos felices y amargos años, Dios apretaba pero no ahogaba. María de Luna daba a luz a otros tres hijos: Jaime, Juan y Margarita. Las alegrías se tornaban llanto. El Jinete de la Muerte les arrebataba a sus hijos pequeños al tiempo en que Dios se los iba dando. María y Martín los sepultaron en la Cartuja de Vall de Christ, eran días de rabía y llanto en el Valle de Cristo. Las noches oscuras entre los muros del Alcázar parecián eternos purgatorios de lágrimas y sollozos intramuros. Gafados, decían algunos por las calles, zigzajeando y empapados de aguardiente al Alba, extramuros.
En la Corte, el rey Pedro IV empezaba a distanciarse de su primogénito El Infante Juan por desaveniencias con su madrastra, por las parcelas de Poder. Se había casado con Violante de Bar sin su consentimiento. Al disgusto familiar se sumaba la gran deuda que la Casa Real había contraido, con particulares judíos y comerciantes catalanes. Todo ello, para sostener las guerras por Cerdeña así como los estragos que el Jinete apocalíptico de la Peste había sembrado por Valencia, en forma de muerte, conocida aquella como la de “Los muertos de Chelva”.
En1384 el genio del regente acabó con su hija Joana de una fuerte bofetada por una dicusión política. Sus matrimonios no habían sido lo que Pedro VI había planificado y de esta forma acababa con la vida de la Condesa de Ampurias. Su marido el Conde de Ampurias había pactado con el Conde de Armañac la invasión de Cataluña, la Cerdaña y el Rosellón. El Infante Juan los vencía, sofocando la rebelión de su cuñado, en la Batalla de Burbán.
Capítulo 5º
De Infante Juan a Rey Juan I El Cazador.
El rey y el heredero estaban cada vez más enfrentados. Pero el destino es caprichoso y el Jinete de la muerte se llevaba al viejo rey. Fallecía en el Palacio Real de Barcelona en 1387 a los 68 años de edad y con 50 años de reinado. Sólo superado por Jaime I, El Conquistador que regentó 63 años. Moría el rey longevo, el del punyalet, con más títulos que nadie había conseguido hasta entonces. El sobrenombre de ceremonioso venía por su afición a las ceremonias y las Pompas llegando a crear El Protocolo de la Casa Real. Sus hijos no acudieron a su lecho de muerte por estar molestos con él y con los resultados de la herencia. La influencia que había ejercido sobre el rey su última esposa, La Reina Sibila de Fortiá, tenía a los Infantes enervados y enfurecidos con hambre de venganza. Tras el acontecimiento la viuda huyó pensando en las represalias que sus hijastros tomarían. Pronto era apresada por el Infante Don Martín y llevada a mazmorras. Recuerdo que María y yo intentamos sosegar y calmar al Infante aunque el odio tenía más peso. El pariente de la Señora, el Cardenal Don Pedro de Luna también intercedió por la reina consiguiendo ablandar el corazón del Infante; ya rey, Juan el cazador.
A los 37 años de edad el Infante Juan tomaba la Corona y convocaba las Cortes de Barcelona. Acomodaba a su gusto la política del Reino y reconocía a los dos Papas. En el Castillo de Morón se reunieron con el Rey Juan las Cortes Valencianas, le advertían que su situación financiera estaba en bancarrota. Una de las pocas alegrías que recibía el reino era que el pariente de María, Cardenal Pedro de Luna, había sido elegido Papa en Aviñón y que ahora se llamaba Benedicto XIII. Aunque había hecho carrera de armas, fue profesor en la Universidad de Montpelier y ahora era el Papa Luna. En aquel período de tantos Papas, la fé estaba huérfana. Cuanto más leía y sabía, más me alejaba de la iglesia aunque no del rebaño de mi Pastor. Las paredes decían que el Maligno en persona rondaba por Aviñón. Escalofrios y piel de gallina me producía sólo nombrarlo mientras besaba mis dedos cruzados, va de retro satanás.
Pasábamos mucho tiempo en el Palacio Real de Barcelona leyendo libros de Romances Fronterizos, del Amor Cortés, de lo Humano y lo Divino. Recuerdo que El libro del Buen Amor del Infante don Juan Manuel era nuestro preferido. Por aquellos días conocíamos a Fray Francesc Eiximenis, vivía en el Convento de San Francisco de Valencia, franciscano y amigo nos acompañaba durante muchos ratos orientando a María. En su último libro, “El libro de las mujeres “, nos recomendaba remedios ante la debilidad del alma y el peligro de los vicios.
El reinado del cuñado de María, acompañado por el padre Vicente Ferrer, se caracterizaba por haber configurado una aristocrácia letrada y por la fuerte influencia de su esposa Violante y su camarilla. El Rey Juan, gran amante de la cetrería, representaba el ideal de caballero, todo el mundo recordaba la Orden de Los Caballeros de la Paloma, símbolo del espiritu santo. El pueblo lo admiraba y veía como el ideal de Caballero. Por allí el Jinete de la Muerte acechaba al rey Juan una mañana de 1396, de Cacería Real, en la que un accidente segaba su vida entre olivos, bajo un baño de sol matutino e impregnado del olor del tomillo. Los Reinos quedaban en manos de Martín, Martín I El Humano. Nuestra Historia empezaba a escribirse con mayúsculas y letra gótica.
Capítulo 6º
El sueño se cumple. Martín y María son reyes.
Cuando las noticias nos llegaban estábamos en 1396, Martín I El Humano llamado así por su forma de ser y conocimiento de los clásicos, estaba en Sicilia. En aquel instante me daba cuenta de la fortaleza de María de Luna, futura reina. En ausencia de su marido, actuaba como lugarteniente General ante las pretensiones al trono del Conde de Foix y de la reina viuda Violante de Bar. Martín I, El Humano, volvía de Sicilia dejando a su hijo Martín El Jóven al gobierno provisional de los Reinos insulares hasta que llegara la Reina María. Inmediatamente juraba fueros y era coronado en la Catedral de San Salvador de Zaragoza, los festejos se realizaron en la Aljafería, aquel precioso edificio rojo de fastuosas estancias construido por árabes, no le pusieron el nombre de Alhambra porque ya había una en Granada, aunque por su color lo merecía.
El cuento había cambiado y la Señora de Segorbe se convertía en Reina, y el Rey Martín I, El Humano, heredaba los reinos que sus padres habían unido para la grandeza de Aragón. Empezábamos a ser los verdaderos protagonistas. Yo, como doncella de compañía, no tenía tiempo de buscar marido ni tampoco se me pasaba por la cabeza dejar de acompañar a mi amiga, la Reina María de Luna. Nuevos cometidos, desafios y experiencias nos deparaba el futuro. El rey Martín contaba con 41 años de edad, había fantaseado con la idea de ser el amo y señor, de niño. Para un mejor control de la situación y confiando en el capacidad regia de la Reina María en asuntos de Estado, el Rey, ordenaba a su esposa que debía regentar Sicilia en su ausencia. María y yo partíamos de inmediato en busca de nuestro destino en ultramar, Segorbe quedaba cada vez más lejos pero íbamos a ver al joven Martín. Mientras, el Rey viajaba a Córcega y Cerdeña, y acudía a Aviñón a visitar al Sumo Pontífice Benedicto XIII pariente de la Reina María de Luna y apodado El Papa Luna. El Vicario de Cristo ofreció la Rosa de Oro al Rey Martín I, máxima distinción que se daba a los príncipes. El problema del Cisma de Occidente no afectaba a nuestro soberano. El cariño que sentía por el Papa, fruto de sus estancias en Segorbe, era más poderoso que los Cismas y las tésis teologales de la época.
Por estas fechas se habían acabado las Torres de Serrano en Valencia, símbolo de la resistencia valenciana, contra el asedio del castellano. La lana de Morella y San Mateo había convertido a Valencia en un Puerto de gran prestigio. En el año 1400 cambiábamos de siglo XIV a siglo XV, el cambio de siglo había sentado muy bien al Reino. El Rey Martín I acudía a la Consagración de la Cartuja de Porta-Coeli, mientras Fray Bonifacio Ferrer le comentaba que la obra de Dios se estaba reforzando con la obra de El Humano, recordándole que la Cartuja de Vall de Christ había nacido bajo el influjo que Morfeo imprimió en él. Mientras tanto, María y yo volvíamos al Reino de la península, la experiencia en la isla había servido para demostrar las dotes de gobierno de la Reina María de Luna La Humana. Por fin en Segorbe, las obras de la Catedral dedicada a la Asunción de Nuestra Señora, estaban concluidas. Allí pedíamos a la Virgen por nuestra salud y las del Rey y el Principe Martín que en aquellos días regentaba Sicilia. La Reina ocupaba muchas horas con la gestión de La Cartuja que su marido había concedido a la ciudad de su esposa. Fray Bonifacio Ferrer nos acompañaba en aquellos días de verano en los que el olor de las rosas y el sabor de los chuletones de buey poblaban nuestros sentidos y los de Fray Bonifacio, el cual estaba exultante con la idea de que el Papa Luna iba a convertirlo en el general de los cartujos. La reina y yo aquel verano ganábamos peso, la gula nos había vencido. Aún habiéndonoslo advertido Fray Francesc Eiximenis nos podía el vicio culinario. Esto tampoco importaba demasiado al Rey Martín. Excelente degustador de manjares no veía con malos ojos la figura de su esposa que por aquellos tiempos se conocía como la Reina Grossa, seguro que yo también sería la Dama de Compañía Grossa del Reino.
Nuestro querido y pequeño Martín El Jóven, había sido nombrado Rey de Sicilia por su padre el Rey Martín I de Aragón y Valencia. Aquel precioso niño de mis juegos y nanas era un rey. Pero se ve que las alegrias atraen a las penas. La Danza de la Muerte empezaba a cobrar su deuda a los Luna en Sicilia. El joven Rey que acababa de perder ante sus ojos a su hijito Pedro, se quedaba viudo en 1401 perdiendo a su esposa la Reina Doña María de Sicilia. Nuevas de la Corte de Sicilia decían que la débil reina no resistió la muerte de su pequeño. Aquellas nuevas abrían heridas en la Reina María de Luna, parecía que nuestras oraciones no llegaban a oidos de la Virgen. Yo pensaba, así como muchos otros, que el Papa Luna era un antipapa y que su apellido Luna estaba gafado. Puede que nuestras plegarias no fueran escuchadas por esto. Mientras, Juan el Jóven se consolaba, envuelto entre sábanas y enagüas, con jóvenes sicilianas de las que tuvo algún hijo bastardo,hasta contraer matrimonio con la bella Doña Blanca de Navarra, heredera de Carlos el Noble.
Los Jinetes de la Apocalipsis iban y venían, la danza de la muerte giraba entorno a pobres y ricos sin discriminación alguna, todos iguales. El hambre y la muerte, la guerra y la terrible Peste campaban a sus anchas por nuestra ciudad y por todo el reino. Aunque no impidió que se celebraran las Cortes de Segorbe. Por aquellos días se inauguraba el Acueducto de PortaCoeli, el cual conducía el agua de la Fuente de la Mina en la Sierra Calderona, hasta dicha cartuja y alrededores.
Capítulo 7º
María se fue, su hijo, su marido y sus linajes también.
Pero poco duraría la paz en la familia, la Reina mi amiga, mi hermana, se nos iba. El maldito Jinete de la Muerte le rondaba, cobrar su deuda quería. María de Luna venía acusando una débil salud y una apoplejía se la llevaba en 1404 en Villarreal, camino de sus tierras de Segorbe. Teníamos la reina y yo 48 años. Mi señora se había ido. Mi consuelo y pesar solo se sofocaba con la idea de volver a mi hogar definitivamente, aquel que me había sido arrebatado de niña y aquel en el que la Reina y yo vivimos los días más felices de nuestra vida. Mi camino en la Corte se había acabado. La reina como herencia me dejaba el Título de Cronista Mayor del Señorio de Segorbe, aún siendo una mujer; yo, había sido cultivada en la Corte y escribir era mi pasión y mi más noble herramienta así como mi esgrima dialéctica. En su lecho de muerte prometí a mi reina escribir la Memoria de su vida, ella sabía que nadie como yo cosería la prenda de su días, como nadie podía hacerlo. Entre lágrimas y gemidos recordaba el sufrimiento por la pérdida de sus hijos y el amor que había sentido por su tierra, en la que se notaba que mejoraba en parte durante nuestras estancias. Tierra, en la que el Rey había tenído una visión mágica y sagrada.
Todo el Señorío de Segorbe lloraba de luto la pérdida de su Reina, los crespones, mitad cuatribarrada, mitad Media Luna invertida y los crespones negros, llenaban las fachadas de las casas al lado de los macetones de claveles y margaritas que añadían un toque de color. La Reina de Segorbe había muerto. Un sentimiento de miedo y de pena me invadía, no debía dejar que la meláncolia envolviera mi vida,su sombra era húmeda y fría. Corrí presta a mi origen. Sólo mi gente y mi encargo en mi hacienda de Peñalba, conseguían rescatarme de tal estado. Debajo de la cara norte del Castillo de la Estrella en Segorbe, junto al río. Pasaba los frios días de invierno frente a la chimenea. Los leños de carrasca ardiendo y el crujir de las ascuas eran mi compañía. Yo, pluma en mano intentaba dibujar con letras lo que había sido de aquellos años de Cultura y Poder. En la Hacienda, los objetos; como las dagas y la espada de mi padre, las labores en tela que mi madre había bordado me transportaban a mi más querida infancia, también recordaba que mis padres tampoco habían resistido el azote de los Jinetes, la Guerra y la Peste se los habían llevado mientras yo estaba alejada en la Corte. Dedicaba por aquellas fechas todo mi esfuerzo en redactar este diario, Crónica de Doña María.
A mi apacible descanso llegaban nuevas de la Corte. El fraile Dominico Fray Vicente Ferrer, hermano de Fray Bonifacio, comunicaba al El Rey Martín I el Humano el mayor mazazo de su vida. Su hijo el rey de Sicilia Martín el Jóven, había muerto a la edad de 36 años, después de sofocar la rebelión de los sardos en la batalla de Sant Luri de 1409, fruto de unas fiebres malignas. Se extinguía la herencia de Wifredo el Velloso, primer Conde de Barcelona; con sus dedos sangrantes dibujó en el suelo, al agarrar un puñado de tierra: la cuatribarrada, rojo de sangre y amarillo de tierra, símbolo de nuestro reino. También se desaparecía el linaje de Navarra, fundado en el año 809, por Iñigo de Arista que también corría por las venas del rey. El rey me contaba en una carta que recordaba llorando como en sus correspondencias con su hijo, instaba al joven rey de Sicilia a cuidarse de las epidemias y de peligrosos aliados, animándole sobre todo a tener la descendencia que asegurara la continuidad del linaje y la unión de sus reinos. Aires de conspiración por la pugna de la sucesión surcaban el reino.
Aquella noticia volvió a recordarme con ira y lágrimas en los ojos, la satánica idea de que los Luna estaban malditos. No sólo se habían llevado a María de Luna en la flor de su vida, también los Jinetes arrasararon con la vida de mi principito Martín, niño de mi anhelos, aquel al que yo misma había adiestrado en el Arte de la Lectura y la Escritura. Las lágrimas caían sin cesar sobre el papel corriendo la tinta que hablaba de la grandeza de su madre, mientras yo, quería escribir lo desgraciada que fue la familia. Las manchas dibujaban formas que simulaban ánimas en el purgatorio. Asustada , conseguí salir a la calle. Sentada en el filo de la puerta con los ojos encharcados pensaba en la esquela del Rey Martín en la que me decía que sólo le mantenía vivo la idea de su descendencia y el acecho de las alimañas.
Para solucionar su primer problema Martín I el Humano a sus 53 años pensaba en su nieto bastardo Federico de 6 años , fruto de las constantes visitas de su hijo a las jóvenes sicilianas, aunque últimamente se decía que visitaba las jóvenes sardas. Esto provocaba una fuerte oposición por parte de los enemigos de la Corona a que Federico fuera el próximo regente. No habiendo funcionado la primera estrategia, el rey urdió un segundo plan; casarse con su sobrina Doña Margarita de Prades. La boda se celebraba en el Palacio de Bellesguart tras haber concedido el Papa Benedicto XIII sus dispensas. La Misa de las velaciones las oficiaba el Dominico Fray Vicente Ferrer. Los asistentes al enlace eran los mismos que querían acceder a la Corona.
Un año después en la primavera de 1410, el Señorio de Segorbe se volvió a tornar de luto con crespones negros. El Jinete de la Muerte cabalgaba de nuevo y terminaba cobrándose su última deuda. Las campanas de la Catedral estuvieron repicando durante 2 horas. Nuestro rey Martín I el Humano, rey de Aragón, Valencia, Mallorca, Sicilia, Córcega y Cerdeña, conde de Barcelona, del Rosellón y de la Cerdaña fallecía. Justo en una época en la que junto a Margarita, su sobrina, se le veía feliz. Las malas lenguas decían que su muerte fue fruto de su única obsesión, la descendencia, según se oía por aquellos lares los brebajes que el rey consumía para favorecer su proliferación acabaron hasta con el último de sus genes.
Antes de morir no quiso Don Martín designar su sucesor, se limitaba, el día antes de su fallecimiento en Valldonsella, a declarar y mandar delante de los conselleres de Barcelona y su protonotario y escribano, "que le sucediere en la corona aquel que constase debérsele legítimamente,". Esta irresolución en un asunto de tanta importancia, se atribuía a su aversión al conde de Urgel, y al deseo e idea que llevaba de que le sucediese su nieto bastardo Don Federico, a quien mandaba educar con extraordinario esmero. Mucha sangre y dos años de guerra civil costaba la irresolución de Don Martín, hasta que pudiesen entenderse los Parlamentos de Aragón, Cataluña y Valencia, y para poner fin a las pretensiones de los diferentes aspirantes a la sucesión del difunto monarca.
En 1412 se celebraba el Compromiso de Caspe en el se decidía la sucesión del Reino. Fray Vicente Ferrer tras oficiar una misa recordando el Apocalipsis anunciaba en su sermón, en la Iglesia Mayor de Caspe , la Sucesión al reino y la llegada de la Paz fruto del acuerdo surgido en el Compromiso ; Fernando de Trastamara Rey de Castilla y ahora también de Aragón se convertía en el elegido. Los intereses catalanes por lana de la Mesta castellana y figuras como Vicente Ferrer o el propio Papa Luna favorecieron esa entrega al eterno rival. El pueblo de rodillas cantaba el “te deum laudamos” en honor al nuevo rey de reyes. El espectro de Wifredo lloraba en su Mausoleo. Un gran paso se había dado con la Unión de los reinos más importantes de la Península. El concepto de España comenzaba a forjarse y Segorbe era espectador directo de ello.